La cadencia de nuestra correspondencia se hizo irregular. Las cartas eran cada vez más breves. Empezaron a pasar semanas sin recibir ninguna contestación. Pronto fueron meses para unas pocas palabras forzadas. Después de una de esas cartas de cuatro líneas dejé de escribir. Eso fue todo. Del mismo modo que un electrocardiógrafo, después de bajar el pulso progresivamente, concluye en un pitido continuo y una única línea brillante cubre la pantalla. Al rato llega una mano de enfermera y desenchufa el aparato. Se acabó el pitido. Se acabó la línea continua. Adiós.
(La métrica del olvido, de Luis Ingelmo, p. 100; cuadro de McLean Edwards Night Nurse #2. 2009. Karen Woodbury Gallery; música de Renan Luce La lettre).
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